Taxonomía del placer
Solo somos pedazos que hacen ruido. Cuerpos que duelen y sienten placer.
Obra: Madame X, John Singer Sargent
Una revista debajo de la cama. Esconder el chocolate preferido. Ocultar un beso bajo la gargantilla del abrigo.
Todo placer es abyecto, terrible, maldito.
En ocasiones, impronunciable.
Si estás flaca y te embelesa la anorexia, eres raquia lastimera. Temes al falo, dominio sexuado desde el origen turbio de tu cuerpo de hembra. Si el cuerpo es oleaje, lienzo de pecas, manchas o tatuajes; si manifiesta la elasticidad sinuosa del tiempo, es descuido, olvido, no mereces tacto ni ternura.
A la gente no le gustan los placeres de otros. Cuando muestran los dientes tullidos, las cinturas anchas. Las costillas chupadas. Los granos, la mirada rota. La ropa empapada con pulpa de mango, los niños gritando. El cabello corto, chino, la calva. Las canas, las cicatrices, las arrugas, patas de gallo. La piel negra, morena, demasiado blanca. Tiemblan, vomitan e imprecan, les queda la cara constipada por la existencia del sentido ajeno a su óptica.
Les da asco el cuerpo y aborrecen la vida. Su mierda tiene aroma tibio, de un rancio transparente. El olor de cuando no escarbas la herida y se te pudre adentro.
Cuando sangras, necesariamente conoces el placer. Cuando tienes cuerpo y te sabes hondo en él. Placeres diminutos: dormir, satisfacer el apetito. La caricia del viento cuando el calor abrasa.
Desde niña, aprendí a encontrarme los placeres. En la ternura de las lilas, en este cuerpo que es el tacto mismo por su delicada sensibilidad. En la violencia del perfume. En el beso de las azucenas al agitar el velo de los ojos.
Luego vienen más y menos placeres, dependiendo de la pericia con la que los cultives. De los ojos, el silencio que se mueve, del oído, esa lluvia que adormila. De los labios la humedad, el aroma a piel, la palabra incongruente, imbécil, prometiendo lo que no se hace.
Pero se perdona, porque estar en el cuerpo ya es hacer. Hablar ya es hacer algo.
Cuando se vive del placer, se muere todo el tiempo. Y como el placer te descoloca, te condena a la orfandad y a la satisfacción de los sentidos. Cuando pensemos en el placer más tierno y primitivo, pensemos en la naturalidad de mi tía, de su hermana y la lesbiana masturbándose.
Hay que habituarse a ver gozar a la diabética, anoréxica, tullida y a la obesa. Al cuerpo enfermo, negro, moreno, estás morenita pero bonita, al que padece.
Yo soy este pedazo. El grotesco, el dulce, el diminuto.
Al final, con química, quimeras y memorias dolorosas:
solo somos pedazos que hacen ruido.
Cuerpos que duelen y sienten placer.